jueves, 12 de abril de 2012

MIS VIEJITOS ZAPATIER

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No puedo negarlo, en ocasiones me descuido de ellos. Estoy tan sumida en mi vida egoísta y con mis "problemas" que no hago un sólo intento en las 17 horas del día que me mantengo despierta (considerando que duermo 7) para levantar el auricular del teléfono y dedicarles aunque sea una breve llamada.  Pero llega un día en que me golpea, y me digo, "...Mmm Andrea no has llamado a tus viejitos, chuzo si los llamo ahora capaz ya están resentidos y tengo que dar las explicaciones del caso..." Y así me pasa, y me avergüenzo de que me pase frecuentemente.  Así que esta semana me golpeó y fui a visitar a mi abuelita Nancy y abuelito Juan, llegué a darles abrazos y decirles lo mucho que los extraño, (totalmente cierto aunque no parezca), y los veo y me doy cuenta lo frágiles que están.  ¡Cómo pasa el tiempo! Me digo siempre, repetida, muy repetida esa frase sobretodo para las personas que van envejeciendo, y cada vez la repito más yo, realmente sorprendida de que es cierto.  Siempre que los veo recuerdo el tiempo que viví en su casa. ¡Qué infancia tan memorable la que ellos me regalaron!  El vivir en casa de mis abuelos, con toda la gente que entraba y salía a cualquier hora, el comer todos juntos a la hora del almuerzo porque sino te quedabas sin comer, y literalmente era asi porque todos eran "buen diente" , el vivir en el sitio geográfico donde paraban todos los primos a visitar, todos los amigos de mis tíos, todos nuestros amigos, todas las Navidades, Año Nuevo, Día de la Madre, del Padre, y más, fue algo que me llenaba de ilusiones todos los años. Que cantidad de historias que pasamos en esa casa colonial estilo español, tan llena de vida, de amor, de ambiente familiar.  Mi abuelo un hombre muy estricto, serio y fuerte como nadie (nadie le ganaba pulseando o peleando), por eso mi papá siempre le decía a mi madre "No le tengo miedo a ninguno de tus hermanos, pero a tu papá, a ese sí, mis respetos, ese sí me noquea de una".  El era la típica imagen del hombre hacendado, jefe de familia, machista como buen ecuatoriano de su época, de difícil comunicación y dedicado completamente a su esposa e hijos, con un amor profundo e incondicional por mi abuela, nunca permitiendo una sola palabra de irrespeto hacia ella.  Mi abuela en cambio era engreidora, tanto que a veces se emocionaba mucho y recibíamos unos pellizcones durísimos entre el muslo y el pompis, sobretodo cuando estaba en el mejor ánimo, yo recibí algunos, con sus respectivas marcas hemáticas posteriores por supuesto, dolían pero era un dolor alegre de muucho cariño pastuso. Mi abuelita también tenía y tiene su malgenio, sobretodo cuando se le perdían las cosas, todos éramos culpables, así sea un lápiz de labio, hasta mis tíos recibían un "¿te me llevaste mi lápiz de labio?", mientras ellos permanecían con cara desconcertada de "¿en serio me estás preguntando eso?" y finalmente siempre terminaba encontrando sus objetos perdidos en algún cajón o baúl donde guardaba un sinfín de marañas que nadie entendía porque seguían ahí. Siempre fue una madre y ama de casa perfecta, estaba pendiente de que estemos bien vestidos y limpios (nos veía de arriba abajo, peor si andábamos fachosos y nos habíamos encontrado con alguna amiga suya, ahí nos decía ¿¿y estabas vestido asi??), moldeaba cada detalle de nuestro comportamiento, nuestra forma de desenvolvernos en la mesa, el que las chicas sepamos arreglar nuestro cuarto y tender nuestras camas  (cosa que no era de mi total agrado, ya que fui bastante floja y marimacha y tampoco me parecía que a los hombres no se les enseñe ese tipo de quehaceres). Una vez me enseñó a tejer, empecé con entusiasmo haciendo un suéter pero solo llegó a transformarse en una bufanda para una de mis Barbies, y ahí, en el olvido quedó mi demasiado breve fase tejedora. Fue gracias a ella que no padecí de desnutrición, ya que me enseñó a comer, como yo era una niña anoréxica que odiaba la comida y sólo quería biberón pues con engaños y mucha paciencia mi abuelita me guió hacia la luz del maravilloso placer de una buena comida, fue así como logré formar parte del grupo de los "buen diente" y pude enorgullecer a mi familia comilona.
En fin, sé que soy una persona con suerte porque aún puedo ver a mis adorados abuelitos, los tiempos mutan y ahora cada vez que los veo, observo en sus ojos cansancio y vivencias, los siento más cariñosos, más comprensivos, con más apertura y más ternura. Puedo compartir con un abuelo actual, más comunicativo, más bromista, con quien puedo sostener varias charlas que antes ni en mis más imaginativos sueños hubiera podido sostener. Mi abuela continúa con sus pellizcones, ahora no tan fuertes ni dolorosos pero igual de alegres. Esta semana llegué y estaban ahí con una sonrisa, contentos de mi visita. Mi abuela me ofreció fanesca, ya que sobró del fin de semana de semana santa y pues dije que sí con mucha emoción, no sólo por lo que me encanta ese plato típico ecuatoriano, sino por poder almorzar con ellos y quedarme en la sobremesa contándonos los últimos acontecimientos familiares,como siempre hemos hecho. Salí de su casa con una paz que no había sentido en los días previos, y sólo podía pensar en todo lo que vivieron, antes y después de que yo naciera, en que  pensarán de su vida hasta ahora, una vida tan llena de todo y con la imagen de mi abuelito agachándose a darle un beso en la frente a mi abuelita mientras ella saborea lentamente y con gran deleite su fanesca, mientras todos ya hemos terminado de comer hace un buen rato.