miércoles, 19 de noviembre de 2014

A MI QUERIDO MAESTRO


Hace más de 5 años, saliendo de la emergencia del Hospital "Dr. Roberto Gilbert Elizalde", me llama uno de mis profesores más estimados, y quien me enseñó un lado distinto de la pediatría, más social, más humano, el Dr. Bosco Alcívar. El me dijo que un gran amigo suyo necesitaba un pediatra para que trabaje con él en las tardes. Pensó en mi ya que consideraba que esa experiencia me ayudaría mucho en mi formación profesional. Yo sin dudarlo fui a ver a su amigo, no sólo por agradecimiento al Dr. Alcívar sino también porque yo ya lo conocía. El era el director del postgrado del cual yo me había graduado, quien además me nombró jefe de residentes el último año y  era uno de los mejores pediatras de la ciudad; cabe mencionar también que era el padre de uno de mis compañeros de la universidad. Con esos antecedentes la entrevista fue prácticamente una bienvenida a su consulta. Durante la misma también recordamos las conversaciones que tuvimos durante el postgrado, el cual era muy importante para él, ya que quería convertirlo en el mejor del país. Su idea y enfoque eran el darle mayor valor a las clases y al aprendizaje de los residentes que al trabajo, el cual, por supuesto debía realizarse, pero como un complemento de dicha educación no como lo primordial. Al final de la entrevista hablamos sobre pequeños detalles que conciernen a las funciones que se realizan en el consultorio y como yo aportaría a ellas.

Yo venía de un postgrado intenso, realizado en un gran hospital, con excelentes tutores, y llevaba mucho conocimiento sobre la atención en urgencias, casos de intoxicación, accidentes en el hogar y fuera de él; maltrato al menor, desnutrición infantil, reanimación pediátrica avanzada, investigación de patologías poco comunes, terapia intensiva pediátrica y neonatal. En fin, un sinnúmero de experiencias que sólo un hospital de esa magnitud puede proveer; por lo que entrar a su consultorio fue un cambio radical, donde dejaría atrás el caos hospitalario y aprendería algo completamente nuevo que me mostraría la otra cara de la pediatría, y esto es la ATENCIÓN PRIMARIA. Como dije antes, quien me inició en esa nueva visión fue el doctor Alcívar, pero quien la continuó en toda su dimensión fue el Dr. Enrique Boloña Mármol, mi nuevo jefe.

Cuando entras a su consultorio, una de las cosas que más impresionan (al menos a mi), fue ver la gran cantidad de carpetas que están archivadas en la recepción, muy bien organizadas, abarcando toda una pared, del piso al tumbado, conteniendo las historias clínicas de todos sus pacientes. En la parte de arriba veía unas de un color más amarillo que las otras, y me dijeron que son las carpetas de aquellos que se atendieron antes, cuando eran niños, ahora ya adultos y con hijos; y que continúan acudiendo con ellos como sus nuevos pacientes. Y así era, cada día desfilaban una multitud de madres con sus hijos, a veces con los abuelitos, con los padres, las niñeras, tíos, primos, etc, y esas caras se hacían cada vez más conocidas ya que reaparecían frecuentemente. Se respiraba un aire muy familiar, muy confortable, hasta festivo. Niños entrando y saliendo con su ruido característico pidiendo un chupete o las famosas galletas de animalitos (que según decían las madres les gustaba tanto que las compraban para su casa, pero no entendían por qué no tenían el mismo sabor que en el consultorio, algo que aún es un misterio sin resolver). Padres e hijos solicitando a Chelita, la enfermera que lleva más de 20 años trabajando ahí, o a las asistentes Beatriz y/o Nela, para pedirles alguna información o simplemente contarles algo. El teléfono nunca estaba en silencio, por lo que las consultas telefónicas eran imparables, a veces eran preguntas que podían resolverse con una llamada, pero en otras ocasiones debían ser resueltas en persona por lo que se agendaba una consulta.  Mi función en el consultorio era examinar pacientes ya sea con él, o sin él. Al inicio atendía más pacientes con él, lo cual me favorecía, ya que podía observar y aprender más. Mas poco a poco, conforme pasaba el tiempo, fui ganándome la confianza de las familias que acudían y el número que atendí sin él fue incrementándose.

En su consulta pude ver como se desenvolvía con sus pacientes, lo cual no se manifestaba como una relación médico-paciente fría y distante, sino todo lo contrario;  él se expresaba como un amigo, un consejero, un guía. Vi a muchos entrar ansiosos, angustiados, dubitativos, intranquilos (como normalmente entramos a un consultorio médico), y vi a los mismos salir, varios minutos después, más claros, calmados, alegres, aliviados. La mayoría de veces podía tomarse toda una hora con una familia, conversando no sólo de la causa por la que acudían a la consulta, sino intercambiando anécdotas, historias, hasta bromas. Pude así entender que eso es lo más importante en la relación de un doctor con sus pacientes, esa comunicación que no sólo debe enfocarse en la enfermedad, sino en todo el entorno de ese pequeño ser; conociendo a las personas que lo rodean, el ambiente en que se desenvuelve. El paciente no es solamente el niño, es toda la familia.  No era algo nuevo para mi el saber eso en teoría, pero el verlo como debe ser en la práctica, de alguien tan carismático, es otra historia. El poder llegar a la gente y adquirir su total confianza es un don que no se le otorga a todo el mundo, y ¡Qué mejor persona para enseñarte eso que el Dr. Boloña!

En él no sólo encontré a un mentor, también a un gran ser humano, un amigo, casi un padre, y puedo decir que en todas las ocasiones en que quería hablar con él por un consejo o alguna duda, estaba muy atento a lo que yo tenía que decir. Mostraba genuino interés y empatía por mis preocupaciones, y puedo dar testimonio de que así era con todas las personas que lo buscaban y llegaban a su despacho por una luz, una palabra de aliento, una orientación; y ahí con él encontraban justamente eso.  Su oficina se encontraba abierta, sin llave, así como era mi percepción de él, el de una persona accesible, franca, apasionada por su familia y su profesión, de un gran sentido del humor, amante de la medicina, del arte, de la música, de la vida.  Algo que siempre recuerdo es su generosidad para compartir su conocimiento: recuerdo cuando llegaba de sus congresos internacionales y siempre traía alguna novedad, como el último libro de pediatría, o un nuevo descubrimiento en el manejo de alguna enfermedad; y no dudaba en compartirlo conmigo y el Dr. Madruñero (que trabajaba con él en las mañanas). Si era lo contrario y nosotros viajábamos a algún curso, se complacía mucho y quería saber todo lo que habíamos aprendido, y como lo podíamos aplicar a nuestra práctica diaria.

A finales del año pasado llegué a trabajar como todos los días, pero él no estaba. Inmediatamente me dijeron que se había ido a EEUU porque acá le realizaron unos exámenes por un dolor que había presentado, y en los resultados mostraron que estaba afectado su riñón. Resultó que era cáncer y eso fue devastador para todos nosotros, hasta ahora no me puedo imaginar como habrá sido para él y su familia. Todo ese año la consulta permaneció abierta y los pacientes continuaron acudiendo. Tanto ellos como nosotros jamás perdimos la esperanza de volverlo a ver recuperado y trabajando de nuevo. Esa esperanza se perdió hace pocos días en que llegó la peor noticia, aquella que nos dijo que ya no volvería. Para todos nosotros es muy difícil aceptar que ya no está, pero yo siento que su propósito acá en la tierra ya se cumplió, pues a pocas personas he visto disfrutar tanto cada aspecto de su vida como lo vi al Dr. Boloña; a pocas personas he visto ser tan solicitadas, tan queridas, tan admiradas, tan respetadas. Estoy segura de que él se fue completamente satisfecho, y de la forma más digna como sólo un hombre como él debe irse de acá. Su presencia continúa firme en el consultorio y en cada uno de nosotros. Es muy improbable que una luz tan brillante se vaya a extinguir.

Hasta pronto mi querido maestro, siempre lo recordaré con una sonrisa, nunca olvidaré su amistad y todo lo que me enseñó. Dondequiera que esté, estará alegrando a todo el que lo rodee, como lo hizo acá, pues los pequeños ángeles ya tienen al mejor de los pediatras para cuidar de ellos.