lunes, 3 de agosto de 2020

A MI TÍA OLGA


Mi tía Olga... ¡Qué ser tan especial que fue! Creo que no conocí a nadie más dulce y dedicada a sus sobrinos como ella. Su sonrisa tímida y pícara cuando alguien hacía algún comentario imprudente, y su mirada de asombro algo escondida al bajar la cabeza y ponerse la mano en la mejilla para que no la vean. Nunca olvidaré como se reía tapándose la boca cuando ocurría algo muy chistoso, ni de todos los momentos que ella me regaló y que tuve la suerte de compartir con ella.  

Mis primeros recuerdos de ella son cuando yo era muy pequeña, estaba en la Escuela Moderna y mis padres trabajaban, así que ella siempre me pasaba recogiendo en su carro azul. Me llevaba a su casa en la ciudadela Bolivariana que compartía con su mamá, mi abuelita Mechita (realmente mi bisabuela);  y me tenía siempre mi comida favorita: sandwich de queso caliente y coca cola (porque yo era "difícil" con la comida).  A la coca cola le decía "cola en whisky" y la historia de ese nombre radica en que en cada reunión familiar yo había sido testigo de la adición de ese conocido licor a esa famosa gaseosa en las bebidas de los adultos. Así que, como yo también quería sentirme importante le dije que por favor le añada whisky a mi cola, entonces cada vez que me servía un vaso de coca cola me decía: "Aquí le estoy preparando una cola en whisky".  En todo caso, mis almuerzos en su casa eran siempre en la sala, frente al televisor donde tenían tres sillas con un banquito al frente para levantar los pies. La tercera silla era para mi, más pequeña obviamente, con un banquito igual de chiquito. Nos colocábamos las tres ahí muy cómodas y a la vez previniendo la mala circulación en nuestras piernas, algo que agradezco inmensamente hasta el día de hoy. Una vez sentada, me ponía mi mesita al frente y comía muy contenta mientras veíamos la televisión. No recuerdo los programas, sólo recuerdo que esos eran momentos de mucha felicidad y paz para mi.

Algo que ella y yo siempre compartimos fue nuestro gusto por el cine y nuestro hoyuelo en la mejilla. En cuanto al cine, nos gustaba mucho ir al Maya, que quedaba en Urdesa. Ella hacía de esas salidas todo un evento, invitando a todos sus sobrinos-nietos a la vez. Una anécdota que hasta ahora recordamos con mis primos, es que tenía siempre preparado un picnic que llevaba en su cartera (o ¿era una canasta?), y que sacaba cuando empezaba la película. De esa forma, no teníamos que hacer fila para comprar en el teatro la comida, sino que ya teníamos todo listo. La comida era nutritiva y distaba mucho de lo que podrían imaginarse comer en un cine, hasta ahora también recordamos con nostalgia la variedad de esa dieta. Ahora que lo pienso mejor, con todos los sobrinos que llevaba, era lo más práctico, para así evitar que alguno se le escape. Todos éramos bastante inquietos así que no ha de haber sido fácil controlarnos.

Cuando crecí, nuestro gusto por el cine nos acercó más, sobretodo por las películas de terror. En esa época mi bisabuela ya había fallecido así que mi tía vivía sola. Yo era (bueno aún soy) sumamente miedosa, así que me quedaba en casa de mi tía para ver esas películas y dormir a lado de ella. Yo la admiraba porque cuando ella estaba sola también las veía ya que eran sus preferidas, y yo le preguntaba si podía dormir tranquila y me decía que sí. Para mi eso era increíble porque yo jamás habría podido hacer eso, peor después de ver Martes 13 o Halloween, (no sé si mis papás sepan que eso veía con mi tía a esa edad jaja). Pero a ella creo que jamás la vi mostrar temor, y esa falta de temor no sólo se limitaba a las películas, sino a toda su vida. 

Ella fue una de las personas que más me apoyó cuando decidí estudiar Medicina. Ahí descubrí algo que también nos acercó mucho más y que me hizo comprender que yo iba a cumplir uno de sus más grandes sueños. Ella había estudiado Medicina hasta el segundo año, y era, junto con otra compañera, la única mujer en su aula. Pero a ella eso no la intimidaba o importaba, estaba feliz de poder estudiar en la universidad y ser doctora. Desafortunadamente, por cosas de la vida, tuvo que abandonar su sueño y empezar a trabajar. Eso le dio mucha tristeza, pero su sentido de responsabilidad fue más fuerte, y consiguio un trabajo en una empresa llamada EMELEC donde trabajó y se destacó por muchos años hasta llegar a jubilarse ahí.  Por esta razón, cuando le dije que estudiaría Medicina, se emocionó mucho. Fue tanta su emoción que hasta me compró unos libros de Anatomía para que pueda pasar mi primer año. Los años pasaron y siempre conversábamos sobre mis clases y la universidad. Y lo mejor es que me pudo ver terminar mi carrera y fue mi carrera la que me permitió estar ahí cuando empezó a enfermarse, dándole un poco más de tranquilidad y alivio cuando no entendía lo que le pasaba.

Y así, hay tantas historias que podría contar sobre mi tía, pero serían para escribir un libro: el como amaba celebrar sus cumpleaños con toda la familia, y como lo hizo hasta que su cuerpo se lo permitió, el intercambiarnos libros que nos gustaban, el como le encantaba usar lindos vestidos y el como odiaba usar lentes,  las lindas conversaciones que tuvimos en nuestros almuerzos que acordábamos días antes para compartir unas horas sólo ella y yo...y  me detengo aquí porque esos días fueron verdaderamente memorables. En esos almuerzos tuve la oportunidad de conocer mucho más sobre ella y su vida, sobretodo su vida pasada. A ella no le gustaba mucho hablar de eso, era muy reservada, por lo que el que me haya dado esa confianza me hizo sentir muy afortunada y siempre estaré muy agradecida por haber logrado escuchar esas historias directamente de ella. Lo único que lamento es que no haya podido asistir a mi boda o conocido a mi esposo ¡Sé que le hubiera encantado estar presente y hubiera disfrutado muchísimo!

Ahora que ya no está, extrañaré verla en las reuniones familiares (a las que nunca faltó), recibir de ella sus regalitos a escondidas con una palabra cariñosa, verla en ese lugar donde siempre se sentaba para ser espectadora de todo lo que acontecía a su alrededor. La casa podía estar llena de gente, pero su presencia era lo que realmente la llenaba, le daba una sensación de confort, de respeto, de elegancia, y para mi el sólo saber que estaba ahí me hacía sentir que estaba en familia. Eso logran las personas que sabes que te quieren de verdad, de manera incondicional, y que no importa donde estés o cuánto tiempo pase, el verla o escucharla te da seguridad y fuerza; porque sabes que te acepta tal cual eres, que quiere lo mejor para ti y que te recibirá siempre con los brazos y el corazón abierto.

Esa era mi tía Olga, una mujer llena de amor, un ejemplo de vida, una maestra de bondad, honestidad y nobleza; una mujer prudente, trabajadora, y muy peculiar. La extrañaré inmensamente, pero sé que ella siempre será parte de mi porque ella es parte de quien soy, con ella crecí y de ella aprendí mucho. Mi tía querida, por usted me tomaré otra cola en whisky para celebrarla, ahora que está ahí, en esa otra dimensión, donde espero esté celebrando con esa otra parte de la familia que ya se ha ido; y donde sólo los grandes seres que han pisado esta tierra merecen estar.  Salud por usted tía querida!