miércoles, 14 de marzo de 2012

MIS PACIENTES MI PACIENCIA SU PACIENCIA

Conversando con mis amigos y familia siempre les digo que para el pediatra lo difícil no es tratar con los niños, sino con los adultos que los rodean, ya sea el papá, la mamá, la abuelita/o, la tía/o, la vecina, niñera, hermana/o mayor, entre otros. Eso sí es un reto, creo que es una de las profesiones en las que las relaciones públicas deben ser parte del entrenamiento y no es una de las materias asignadas o requeridas para graduarse. El saber ganarse la confianza de toda una familia, para que ellos pongan en tus manos a la luz de sus ojos, es un arte y un don.  Claro que se puede aprender, ya que lo importante es que te vean sincero y conocedor de lo que estás hablando y además mirar mucho a los ojos.
Esos son los verdaderos pacientes, los familiares, y mis pacientes los niños que pacientemente escuchan lo que sus familiares preguntan, acotan, cuestionan, objetan y solicitan, y nosotros los médicos que nos llenamos de paciencia para poder comprender, explicar, escuchar, aconsejar, acotar y enseñar sin perder los estribos, así escuchemos barbaridades como que el padre llevó a su niño al curandero donde le pusieron unos brebajes y le escupieron un licor con tabaco, o que te llamen en la mitad de la noche para preguntarte por que el ombligo está de otro color diferente al de la piel. Paciencia, paciencia, haaarta paciencia. Creo que todos somos pacientes y de ahí viene el nombre.
En fin, esta profesión está llena de sorpresas, no hay día que te aburras, o que sea igual al anterior pues el sólo hecho de tratar con niños lo dice todo.  Con los más pequeñitos es tan enriquecedor ver como llegan tan confundidos, recién conociendo el mundo, mirando atentamente todo lo que les rodea, y nosotros vamos siendo testigos de su desarrollo cada mes, su crecimiento corporal y mental, como va quedándose la confusión atrás y su mirada te va demostrando que van comprendiendo cada vez más lo que sucede a su alrededor. Y como llegan a grandes con muchas ocurrencias, que te pueden hacer caer de la risa. Y pensando en eso no puedo dejar de comentar lo asombroso que es ver a los niños de ahora, lo pilas que están, como ya comentan y conversan más que sus padres.  Que lejana está esa época en que los niños no podíamos hablar mientras los mayores lo hacen, peor interrumpir, sobretodo si sientes los ojos inmensos e intimidadores de tu madre en la nuca (dígase mi madre).  Pero hay algo más, algo que me preocupa, y es que veo que ahora todo gira alrededor de los niños, lo que digan, lo que quieran, lo que exijan, siendo sus padres los principales incitadores o podría llamarlos observadores, aquellos que han tomado la actitud de dejarlos ser como son y hacer lo que deseen, con la idea de que así se desarrolla su carácter y personalidad como debe ser, y que así tendrán más seguridad. Tal parece que nos hemos ido a la otra cara de la moneda, y ahora los niños son los jefes de la casa.  En mi opinión ningún extremo es saludable, tener autoridad no es lo mismo que infundir miedo o inhibir la personalidad de una persona y ser un padre amoroso no es lo mismo que dejar que el niño decida y consiga todo lo que quiera.  No creo que la mirada intimidadora de mi madre me hizo mal, por el contrario creo que me enseñó a ser prudente y respetuosa, y mi relación con ella tampoco se afectó ya que siempre fue excelente, y es mi gran consejera.  No puedo generalizar por supuesto, pero lo que he visto mayoritariamente en estos años de pediatra es que en la actualidad estamos criando niños que no saben lo que es la frustración, que no saben lo que es un no real, que sienten debilidad en sus padres los cuales temen no gustarles, pero que no saben que en un futuro eso es lo que ocasionarán: hijos que les recriminarán el no haberles enseñado a caer y levantarse solos.
Hace poco leí un artículo excelente que se titulaba Carta de un hijo a sus Padres Complacientes, escrito por Angela Marulanda.  Es como un pequeño jalón de orejas para los padres y su crianza del nuevo siglo, espero que muchos padres jóvenes lo hayan leído y les haya sacudido un poco la mente. No voy a poner el link sino que lo voy a copiar a continuación para que lo lean (a veces hacer click en un link nos da pereza asi que no hay excusas ahora).  El artículo es el siguiente:

Comprenderme no significa que me dejen hacer lo que se me antoje. Significa tener presente que soy un niño y por eso quiero hacer solo lo que me parece divertido, pero educarme es obligarme a hacer lo debido.
• Si siempre hacen mi voluntad y me dan gusto en todo me van a convencer de que quienes me amen tienen el deber de complacerme en todo.
• Permitan que me frustre cuando no logro lo que quiero. Sentirme frustrado no me convierte en un infeliz, pero no saber lidiar con la frustración sí puede hacerme desdichado.
• Cuando no me ponen límites o ceden a todas mis pretensiones por miedo a disgustarme, los veo tan débiles que no me inspiran admiración y respeto sino angustia y decepción.
• No voy a ser una persona responsable porque me ayudan y asumen mis obligaciones como propias sino porque me exigen hacerme cargo de mis deberes y asumir las consecuencias de no cumplirlos.
• Al defenderme ante mis profesores o de las autoridades cuando cometo una falta y merezco una sanción me establecen que, con su respaldo, siempre salgo librado de cualquier problema.
• Si me dan demasiado y me exigen muy poco acabo por convencerme de que no tengo deberes, pero sí derecho a toda suerte de privilegios.
• Cuando me amenazan con sanciones, pero no las cumplen así me las merezca, vivo ansioso porque me doy cuenta de que no tienen ni la fortaleza ni la autoridad para contenerme.
• Su permisivismo me descontrola y llena de ansiedad, mientras que su autoridad y firmeza me dicen que me aman tanto que para ustedes es más importante educarme que agradarme.
• Recuerden que son sus temores o sus culpas y no su amor los que los animan a darme todo lo que quiero, pero no los límites que tanto necesito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario